Los Andes

Cascada Santa Ana. El tesoro mejor guardado de Villa La Angostura

El espectacular salto de agua, en medio de una gran olla de piedras rodeada de vegetación, se puede experimentar desde todos los ángulos y es el premio a tres horas de caminata intensa.

Cris Aizpeolea

Ubicada en el límite con Chile, como recompensa a una caminata de belleza apabullante que agita el pulso con subidas y bajadas, la Cascada Santa Ana tiene bien ganado el título de espectáculo natural de la Patagonia. Y si antes era un dato para entendidos, ahora aparece cada vez más en las listas de eso que no hay que perderse en un viaje a Villa La Angostura.

Llegar requiere algo de logística previa y de fortuna también. Al momento de hacer esta nota coincidimos con una viajera que lo intentaba por cuarta vez y envidiaba nuestra suerte de primerizas. 48 horas antes hay que llenar un formulario de Parques Nacionales, el paso fronterizo con Chile tiene que estar abierto, hay horarios para ingresar, si se congestiona mucho la fila se limita el cruce, hay que mirar el pronóstico y no hay que olvidarse ningún documento aduanero. Después de todo eso, hay que sortear la travesía.

Para visitarla hay que disponer de un día y de auto, o apuntarse con alguna agencia de las que ahora proponen el destino. El recorrido se puede hacer perfectamente de manera auto guiada, eso sí, con un poco de estado físico. Varias veces, en las tres horas de travesía, agradecemos la decisión de haber dejado de fumar y de salir regularmente a caminar por las sierras. No es un trekking de altísima dificultad, pero sí es intenso y de largo aliento, por un terreno cambiante, caprichoso, con desniveles y a veces resbaloso (especialmente si hubo lluvias), donde además habrá que sortear unos arroyos y cruzar el río agarrándose de una cuerda de metal. O mojarse, directamente. O llevar dos pares de calzado. Pero todo eso vale la pena.

Camino de aventura

El sendero está marcado espontáneamente, por lo que conviene andar con atención. La señal de que vamos bien son unas cruces de pintura roja en troncos, piedras, maderas que aparecen cada tanto y son una felicidad encontrar, justo cuando empezamos a bromear de los nervios con que nos tendría que salir a buscar Gendarmería.

Al principio se camina alegre como Caperucita en medio del bosque, alzando la vista para tratar de encontrar a los pájaros carpintero que golpetean en los troncos. En otros tramos hay que colgarse la mochila en la espalda para poder usar ambas manos para bajar en cuclillas por senderos estrechos, agarrándose de las ramas, lianas o raíces de los costados que están a la distancia justa, como si hubieran crecido ahí solamente para que los senderistas tuvieran de dónde aferrarse. La experiencia es estimulante, una especie de bajada a rappel, al natural.

Pero el desafío se lleva bien, y lo mejor es que si el cuerpo pide pausa, cualquier lugar será un placer para sentarse a descansar: en medio de un bosque de lengas con barbas grises como plumas, en un rellano frente del río, con los pies en el agua o en un peñasco al borde del sendero donde se abre el precipicio, mi lugar favorito para respirar hondo.

Bienvenidos al paraíso

La vegetación es un capítulo aparte. Prepárense para ver helechos de todos los tamaños y tengan al celular a mano porque es irresistible el magnetismo de las “estrellitas” (Asteranthera ovata), una florcitas rojas que tapizan los troncos, y de los “chilcos” (Fuchsia Magellanica), también rojos, que cuelgan por todos lados como campanitas en racimos.

De todos modos, a la cascada se llega con el oído, escuchando el torrente cada vez más cerca. En ese tramo final, el sendero es exigente en un bosque que no deja ver el cielo. Cuando ya bajando la última ladera se abre el panorama, la vista necesita un buen

rato para poder capturar esa catarata que cae desde 40 metros del borde de una “olla” gigante de piedras basálticas. Un chorro compacto se estrella en el río pedregoso y forma una nube al ras del suelo. Nos salpicamos de felicidad.

La barranca es verde, plena de nalcas, de flores, de árboles y más helechos, un Edén en cinco dimensiones. El fenómeno se puede apreciar con todos los sentidos y desde todos los ángulos, incluso desde atrás de la cortina de agua, porque se puede caminar hasta la caverna por una huella solo apta para gente sin vértigo para ubicarse en algún alero a hipnotizarse con el espectáculo.

Estilo | Voy De Viaje

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2023-06-04T07:00:00.0000000Z

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